4 de enero de 2011

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

¿Sabes qué es lo que realmente he echado de menos en esta historia? Una discusión. Una última discusión. Una de esas que dan miedo y ponen los pelos de punta. Con gritos, lágrimas y quizá también algún puñetazo a la pared. Y un portazo. Y después más lágrimas. Algo trágico y dramático, lo sé. Pero tú también sabes que a mi me van mucho esas cosas. Y juro que he echado de menos poder gritarte hasta que me sangraran las cuerdas vocales. Tú prefieres el dramatismo silencioso, y las palabras que se queman en el corazón por no ser dichas, que se le va a hacer. Me obligaste a guardar silencio, y lo vuelves a hacer. Y ahora soy yo la que elige callarse para siempre. Porque como siempre, yo me dejo la piel en cada paso que doy, y tú te escapas por la puerta de atrás. Sin hacer ruido. Y te sigue acojonando escuchar de mi boca eso que ya sabes. Hay cosas que nunca cambian. Yo un día quise con todo mi corazón, y con lo que no era corazón también. Hoy no recuerdo muy bien porque, sólo recuerdo que lo hacía. Que solía dormirme pensando en lo bonita que era la vida. En la buena suerte que tenía. En este momento esas noches me quedan más lejos que nunca. Y las ganas de un final menos triste descienden hasta menos treinta. Los finales no se eligen. Cada historia tiene su final, y es una estupidez pensar que se puede moldear o adaptar. Imposible. Cuando se ha sentido tanto es imposible. Tan imposible como que tú y yo algún día nos crucemos por la calle sin que el corazón nos suba hasta la garganta. Tan imposible como que algún día lleguemos a recordar aquel Enero sin sentir una punzada de nostalgia, y si me lo permites, otra de dolor. Ojalá hubiera tenido la oportunidad de poder entenderte, y quizá así entender que todo lo hiciste por una razón. Que en realidad no eres cruel. Pero hoy es Enero. Y que distinto está siendo de aquel. 
El verde sigue siendo mi color favorito. Y me gustaría haber podido mirar esos ojos suyos una última vez, y quizá decirle con los míos, lo que con mi voz seguramente no podría. Pero no puede ser. Y no pasa nada. Y yo nunca olvidaré sus ojos verdes, lo juro. Mientras él ya no recuerda de qué color son los míos.
C’est la vie. Y no hay nada que hacer. Sólo aprender de ella. Y lo único que me queda ahora es la tranquilidad de saber que lo he intentado hasta el final. El miedo paraliza a las personas, lo sé porque también lo he sentido alguna vez. Pero no soy yo la que tiene miedo hoy.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por tu blog, me encanta todo lo que escribes! Por si quieres pasarte ;) http://sweetautumn28.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar