15 de diciembre de 2010

Jugando a ser mayores en esquinas protegidas de Madrid;

Todo está pasando tan rápido que parece mentira. Aquí el que no corre vuela, y M. no sólo vuela… está empezando a viajar a la velocidad de la luz. Casi ni la veo. Todo pasa tan deprisa, tanto. Quiero atrapar el tiempo entre los dedos, pero se me escapa. Quiero congelarlo, pero se derrite. Y yo me sigo esforzando. Quiero parar el mundo en este momento, en este estado de éxtasis que hace que subamos alto, muy alto. Y allí arriba estamos, M. y yo. Mirándolo todo. Y por fin lo vemos con claridad. Ayer y hoy, y mañana. La vida hace unos meses, la vida ahora. Como han cambiado las cosas, y que bien lo están haciendo. Está mejor que nunca, ya nada le hace daño, si tiene depresión se compra unos zapatos; canturrea una canción, con las manos en los bolsillos y su mejor sonrisa puesta. Hace sol, y sus rizos brillan. Igual que sus ojos. Igual que ella. Ha vuelto el frío, pero no importa. Qué alegría, qué buen día…; qué bien estoy, quién me lo diría. También piensa en lo loca que estaba por pensar perderse cosas como esta el resto de su vida, y sonríe al recordarse a sí misma, enamorada. El amor nos vuelve tontos, y ciegos. Nos engaña. Pero el amor también se acaba, y cuando se acaba duele. Y entonces parece que ese dolor nunca se va a ir… nunca. Parece que no nos dejará volver a respirar, ni sentir otra cosa. Y vuelve a sonreír, se recuerda. Claro que se recuerda. Fue ayer, y parece que han pasado años. Se nota distinta, mayor. Ha crecido en dos días y ha aprendido tantas cosas que se cree la persona más sabia del planeta. La vida es un suspiro, no es para vivirla con el corazón partido. A veces se siente un poco bipolar, será cosa de esta ciudad. Hoy está feliz, tan feliz que quiere a todo el mundo. Enciende un cigarrillo, lo disfruta; le apetece sentarse y escribir algo. Pero sigue caminando, es un día demasiado bonito como para no disfrutarlo. Tiene planes. Se ha apuntado al gimnasio, a clases de inglés. Y piensa dejar de fumar (demasiado caro se ha vuelto esto de fumar, un vicio para ricos diría yo). Y entra en el metro. Hoy no piensa subir corriendo las escaleras, no. Podría despeinarse. Hoy va a colocarse en un escalón y dejar que ellas la lleven. ¡Caray! Está nerviosa. ¿Quién se lo iba a decir? Y vuelve a sonreír. La última vez que estuvo nerviosa… le daba por tirar cafés. Y pensaba que sería la última de verdad, la definitiva. La nostalgia empieza a llamar a la puerta, pero está cerrada con llave. Por fin. Y la llave está perdida, como tantas otras cosas. Así que no, ¡no entrarás hoy! Y aquí está ahora, dos años después, y nerviosa de nuevo. En una ciudad completamente distinta. Y ella también es completamente distinta. Eso le gusta. Las cosas cambian y hay que cambiar con ellas. Quizá se corte el pelo, o quizá no. Ya vas a ver como van sanando poco a poco tus heridas… Hoy todas las canciones hablan de M. En el vagón del metro un hombre toca el acordeón; está tan contenta que saca la cartera y le da unas monedas. El hombre sonríe, M. también. Tirso de Molina. Antón Martín. La siguiente parada es la suya. Ya no está tan nerviosa, ahora sólo tiene ganas de llegar…
Hemos llegado, Atocha. Esa canción de Sabina que tocaba su padre… Yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid. Esta se ha convertido en su parada de metro favorita. En la que su corazón resucitó, volvió a latir. La sangre volvió a correr por sus venas. Seguía viva. Había sobrevivido, y volvía a tener la capacidad de sentir cosas, no sólo dolor. Y ahora está de nuevo aquí. Alguien la espera. Sonríe. Le devuelve la sonrisa. Un beso y déjate llevar.
¡Qué alegría, que buen día! 

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