26 de diciembre de 2010

M. odia los domingos.

Lo peor no es engañar a los demás; lo peor es engañarse a uno mismo. Y tú, M., podrás intentar engañarte todo lo que quieras, pero a mi no. A mi no puedes. No te olvides de quien soy yo. Yo me he tumbado a tu lado durante muchas horas, hasta que te quedabas dormida. Te he acariciado el pelo para que te calmaras, y me he tragado tus lágrimas. He compartido contigo tus noches en vela. Tu dolor. He visto como te caías, como sangraban tus heridas, y me he pasado días enteros vendándote el alma. No me engañas. Sé que se te encoge el corazón cada vez que pasas por esa esquina, y por la de más allá. Y sé que se esconde detrás de esa sonrisa, por mucho que intentes disimular. Que aunque estés aquí sentada, tu cabeza está lejos. No es conmigo con quien quieres tomar este café en el bar verde. Y detrás de esos ojos grises no hay toda una tarde de estudio. Sé que hoy estás triste y no lo puedes evitar. Que esta ciudad que tanto amaste te está ahogando, como muchas otras cosas que también amaste un día. Y que quieres escapar. 
Así que no intentes engañarme más, porque no puedes. No intentes obligarme a escribir tonterías, porque sé que lo que en realidad quieres que escriba es que ahora mismo te mueres por un abrazo en tu portal. Por un café rápido y muchos besos lentos. Por una noche de caricias debajo de las mantas... 
Pero no te olvides de que una noche es poco tiempo, y para siempre... demasiado. 

1 comentario:

  1. que bonito!escribes muy muy bien!yo también odio...no,que digo...ODIO los domingos!

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