28 de diciembre de 2010

Maybe,,

Sí, podría darte mi número. Y seguramente tú me llamarías, y yo esperaría más niña que lo hicieras. Quedaríamos en algún sitio amable y al principio los dos nos sentiríamos especialmente torpes con las palabras. Te tiraría el humo a la cara por los nervios, y tú me darías una patada por debajo de la mesa. Pero nos reiríamos y a partir de ahí todo se volvería más fácil. Jugaríamos a pagar rondas de vergüenza hasta emborracharnos de ganas de besarnos. Se nos haría de día presentándonos desnudos en el sofá y bromearíamos sobre la necesidad de repetirlo. Quedaríamos muchas veces más; al principio buscando excusas, después excusándonos por no hacerlo. Y todo sería sospechosamente perfecto: el ejército de hormigas en la barriga, la risa, la cama... Y de repente llegaría la mañana en la que te das cuenta de que estás queriendo con la cabeza, el corazón, el humor y el sexo. Con suerte ninguno de los dos enfermaría de cobardía y no nos arañaríamos demasiado. Al principio no le daríamos importancia a los enfados, y luego nos enfadaríamos sin importarnos. Nos creeríamos invencibles. Pero llegaría la noche fría en la que me pondrías la mano encima y yo no la sentiría. O el momento en que tú aborrecerías mi manera de contarte cómo me ha ido el día. Puede que hasta consiguiéramos fingir lo suficiente como para pretender que el desencanto no resultase tan doloroso. Como mínimo uno de los dos saldría golpeado. Y no es que me acojone la posibilidad de que me hagas daño... pero últimamente me sale la pereza por los poros, se me ha dormido el corazón y no me encuentro por ningún lado las ganas de querer. 
Y encima, ya he tenido una de esas historias. Una que empieza bien y acaba mal. Y tú pagas las consecuencias, porque no necesito otra. Ni la quiero. No quiero ni intentarlo. Lo que yo quisiera es un amor al revés, uno que empezara mal y terminara bien. Uno que empezara con gritos, siguiera con caricias y se terminara con besos eternos. Y creo que tú no puedes dármelo.
Así que no, no te daré mi número. Nunca podrás llamarme y lo nuestro se quedará en una de esas historias de sábado noche que olvidas al día siguiente. En un par de besos en el rincón más oscuro de este oscuro bar.

O quizá no... quizá cuando vuelva a Madrid, un día coincidamos en el mismo vagón de metro, nuestras miradas se encuentren... y el mundo desaparezca

No hay comentarios:

Publicar un comentario