7 de febrero de 2011

De cómo echar de menos,

o M. de Morriña...

Creo que no tenía ni tres meses de vida. Estoy envuelta en mantas y a penas se me ve la cabeza diminuta. A mi lado, mi padre toca la chica de ayer con la guitarra. Esa es la primera foto que tengo con él. Supongo que de ahí mi amor por esa canción, de ahí mi amor por la música, de ahí mi amor por él. Fue la primera, la primera de miles. Yo llegaba a casa, con mis problemas infantiles y posteriormente adolescentes atados a la espalda, me sentaba en el sofá y cerraba los ojos. Cerraba los ojos y me dejaba envolver por los acordes que salían de las cuerdas de su guitarra. Recuerdo que todo lo demás, no importaba. Serrat, Sabina, Quique… Nunca fue de los que les gusta elegir, así que crecí con los Beatles por el día, y los Rolling por la noche. Y de vez en cuando… Bruce, Stewart, Dylan, Clapton… Una de las mejores cosas que he aprendido de él, es que la música vale como antídoto para los días en los que la humedad del corazón se sube hasta los ojos. Siempre me ha gustado la música casi tanto como las palabras, pero desde que estoy lejos... lejos de él y de su guitarra, me gusta mucho más. La necesito mucho más. Y ahora sé que es verdad eso de que las pequeñas cosas, las cosas insignificantes del día a día, son las que conforman la gran felicidad. La felicidad que pica igual que pica la tristeza, pero de forma distinta. Ahora pienso que me gustaría haber guardado todas sus canciones en una cajita, para poder abrirla cuando los días duran más de la cuenta y el sueño no llega. Cuando las verbenas del pasado gangrenan el corazón. Y estoy lejos. Supongo que es lo que tiene haber crecido entre las cuerdas de una guitarra, por eso soy la única que se para a escuchar a los guitarristas del metro, y no me importa tener que coger el siguiente tren mientras todo el mundo corre para no perderlo. Y tampoco me importa vaciar mi cartera en sus sombreros.
La letra de una de las canciones de Sabina que tanto le gusta tocar dice que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver y, sin embargo, me pueden las ganas. Hoy me pueden las ganas de coger un avión, un autobús o ponerme a hacer autostop en la M-30. Whatever. Pero acabar allí. Porque hoy me pica la nostalgia y lo único que me puede aliviar, son las cuerdas de la guitarra de papá. Sentarme en el sofá, cerrar los ojos, y dejarme envolver por sus acordes.

2 comentarios:

  1. "la música vale como antídoto para los días en los que la humedad del corazón se sube hasta los ojos"

    Cuanta razón.. Qué bonito lo que has escrito, qué bonita foto :)

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  2. Entonces, aunque no esté permitido, cierra los ojos y vuelve atrás
    porque por lo que veo ha sido un pasado muy bonito

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